Llevo toda mi vida veraneando en Noja y a pesar de los cambios que ha experimentado la villa, no hay día que pase que no me asombre de la belleza de sus playas. Cuando paseas por el camino de la costa, te deleitas con el paisaje de sus acantilados, del ir y venir de las gaviotas, del rumor de las olas, de sus aguas cristalinas. La costa no cambia y cambia todos los días.

Los amantes del trekking ligero y de los paseos calmados encontrarán en este lugar maravillosos rincones, caminatas reactivadoras y rutas de ensueño para ser recordadas en los meses de invierno.

La ruta de la costa

La Ruta de la costa de Noja une las playas de Ris (Bandera Azul) y de Trengandín (‘Q’ de Calidad Turística y Bandera Azul). Este itinerario ha sido galardonado con el distintivo “Sendero Azul” que concede la Fundación Europea de Educación Ambiental, FEE.

La ruta se desarrolla por un espectacular camino de dos kilómetros de recorrido que a través de ocho paneles informativos permite divulgar el patrimonio natural, histórico y arquitectónico de la villa. Destacan los hábitats existentes a su paso como las dunas colgadas sobre los acantilados, uno de los mejores ejemplos de dunas sobre acantilado que existen en Cantabria, consecuencia de la acción del viento sobre los acantilados, los brezales y encinares, calas, ensenadas e islotes.

El ayuntamiento de Noja ha llevado a cabo una recuperación progresiva de la vegetación autóctona con la sustitución de especies invasoras por otras propias del bosque atlántico tales como la encina, el laurel, el madroño y especies arbustivas para la alimentación de la fauna que aquí habita.

A través de la ruta podremos ver varias playas, calas e islotes que dibujan la costa nojeña y que aportan esa singularidad paisajística de la zona. Desde la Punta de la Mesa, los espacios arenosos van ganando superficie hasta llegar a la misma playa de Trengandín.

Por otra parte, pequeñas rocas e islotes próximos a tierra firme como Peña Pombera, sirven de posadero y lugar de nidificación a pequeñas colonias de aves como las gaviotas o los cormoranes, aves que si te fijas bien, puedes ver nadando tranquilamente a pocos metros de ti.

También encontramos valores culturales, históricos, etnográficos y artísticos como son la Ermita de “San Pedruco” del siglo XVI y situada sobre un islote. Según la tradición, el santo era procesionado hasta la parroquia cada primero de agosto con rogativas para que la climatología fuera favorable a los intereses de la comunidad.

Otros dos atractivos arquitectónicos del recorrido son una antigua casa de baños y el vivero de marisco en Pombera . Este último, se desarrolló a lo largo del siglo XX y estaba dedicado a la cría de crustáceos como la langosta europea, el bogavante, la nécora, el centollo o la masera. Todas ellas especies propias del hábitat del medio marino salvaje, que en este entorno pueden verse en las cavidades y roquedos del fondo marino próximos a los acantilados, en donde la batiente es intensa y el alimento abundante.

Por último, hallaremos un hito de interés histórico como es el búnker de artillería perteneciente a la Guerra Civil española. Construida durante la primera etapa del  franquismo, formaba parte de un plan de defensa costera ante un posible desembarco aliado durante la Segunda Guerra Mundial.

El Brusco

Todos aquellos que conocemos Noja desde tiempos inmemoriales nos referimos a subir al Brusco para decir que subiremos un modesto monte que separa las playas de Trengandín y de Berria y desde el que tenemos unas maravillosas vistas sobre Laredo, Berria y las marismas de Santoña. Sin embargo, el Brusco es mucho más que eso. Esto todo un monte que bordea la playa de Helgueras y que conocen bien quienes practican parapente. La montaña del mismo nombre se eleva al suroeste hasta los 237 metros, señalando el punto culminante de un modesto macizo de 3 kilómetros cuadrados conocido como sierra de Mijedo que delimitan Noja (O), Santoña (E) y Argoños (S).

La ascensión al “verdadero” Brusco es una excursión apta para toda la familia que se completar con la caminata por la Punta del Brusco y un baño en cualquiera de las dos playas que separa.

La excursión comienza en la playa de Trengandín desde donde continuamos hasta el barrio de Helgueras. Un poco antes de las primeras casas y junto a la carretera, cruzaremos por el viejo puente de Helgueras, del siglo XVI aunque algunos lo remontan hasta la época romana. Este modesto viaducto salvaba ancestralmente la desembocadura de la marisma Victoria, otras de las joyas que nos muestra esta excursión. Una vez en Helgueras buscaremos la primera calle que nos permita cruzar el barrio hasta la carretera que bordea la marisma.

En este tramo, además de disfrutar de las numerosas aves que la pueblan, sobre todo en época migratoria, descubriremos el molino Victoria (s. XVII), que utilizaba las mareas para su funcionamiento. Aún continuaremos por la carretera un rato más hasta un cruce. Siguiendo unos metros más allá, a la izquierda de la pista descubriremos una pista que se adentra en un tupido bosque y asciende con fuerza.

El camino sube hasta una bifurcación junto a una casa verde. Siguiendo por la derecha (el de la izquierda los utilizaremos para el descenso), la ruta no tiene ya pérdida. Siempre por la pista principal, gana altura por el encinar, más adelante atraviesa una vaguada con eucaliptos y llega a un pequeño collado. El Brusco está justo a la izquierda, pero lo tupido del bosque desaconseja aventurarse. Siguiendo el camino, que da un amplio rodeo, en pocos minutos estaremos en la cumbre del Brusco, a los pies de su gran vértice geodésico y con una soberbia vista de pájaro de Noja y su entorno.

Para volver completamos la vuelta al Brusco siguiendo un desvío a la izquierda que hay en la pista un centenar de metros antes de la cima. Tomando a la izquierda todas las bifurcaciones a la izquierda que hay en un primer tramo de tala, desembocamos en una pista que nos devuelve a la casa verde. De nuevo en Helgueras, aprovechamos para seguir hasta la playa de Berria por la Punta del Brusco. En poco más de media hora nos plantamos en los escalones que inician la subida a la Punta del Brusco. La senda realiza un gran rodeo hasta llevarnos, en la otra vertiente, al arenal de Berria.

Las Marismas de Soano y molino de Santolaja

Es un centro medioambiental dirigido al público con varias secciones dedicadas a nuestra cultura y naturaleza, alberga el museo de las marismas y un acuario en otras. Si quieres descubrir la Marisma Joyel y sus habitantes, los nómadas del viento, las especies de peces y crustáceos que aquí desovan, la flora específica de estos humedales, la visita de la casa de las mareas de Soano es imprescindible.

Tres kilómetros por la Marisma Joyel completa el día para entender con detalle cómo funciona este ecosistema, cuáles son sus habitantes y su valor como refugio para las aves migratorias. Un espacio único que te hará sentir que formas parte de la naturaleza.

Este recorrido incluye el Molino de Santolaja de Soano, actualmente rehabilitado y abierto al público. Es un molino de marea, situado en la marisma de Soano. Se desconoce su cronología exacta, pero se sabe que se reedificó en 1695 a partir de las condiciones que realizaron Francisco del Pontón Setién y Francisco de la Cabada, vecinos de Galizano y Pontones, respectivamente. Los molinos de marea son una variante de los molinos harineros que aprovechaban la diferencia del nivel del mar, provocada por la acción de las mareas, para la molienda del grano.

El molino de Santa Olaja, de unos 200 m², está formado por dos edificios unidos mediante un muro medianero. Está construido en piedra de mampostería con sillería en los esquinales, en el lado del mar presenta seis arcos de medio punto y en el frente inverso contrafuertes o tajamares. El edificio ha sido rehabilitado con el objetivo de recuperar todo su entorno y transformarlo en un centro de interpretación, en él se puede comprender el funcionamiento del molino, conocer cómo vivía el molinero que lo atendía y saber cuál era la relación del hombre con las marismas.